lunes, 23 de enero de 2012

MARTÍN ALBERTI





Él siempre fue un hijito de papa. Sin papá. Pataletas a la orden del día por lo imposible versus el intento por agrandar milagrosamente la billetera para mantenerlo quieto fue una tarea ardua y extenuante del día a día. Ahora que a esta mujer se le ocurriera tener más niños como éste sería el colmo, ya no me quedarían paciencias por alargar. ¿Hijo de quién? Según Lennon todos los hijos somos producto de una borrachera de sábado por la noche. Pienso que no sabe de quién, ni se debe acordar…Yo la quiero igual y no por eso la respeto menos. El susodicho debe haber sido uno de esos tipos que anda buscándose la vida, viendo si en algún rato salta la suerte y se encuentra con una mujer que le mime y pague las cuentas. Un imbécil de tomo y lomo. Todo un imbécil. Debe haberse orinado en los pantalones del puro susto cuando supo que sería padre, me imagino Pero cómo!? Estás segura que fui yo?! Debes estar en un error, yo recuerdo haberme ido a mi casa. Y la angustia de ella: Cómo la condenaría la sociedad? Pobre mujer. Ahí llegué yo, antes de que nadie se enterara que en realidad el padre de su retoño no andaba especializándose en Madrid. La tomé de la mano, directo al registro civil y le di mi apellido. Alberti. Martín Alberti. La criatura en un principio se comportó como cualquier niño de su edad. Jugaba con el resto de los pibes, participó en cada show que se les viniera a las maestras por presentar, comenzaron a gustarles las nenas y recuerdo perfectamente su primer almuerzo en casa con esa chiquilina del todo mona que no dejó de sonreír en la mesa cada vez que Martincito le miraba... Si mirá, todo iba bien hasta que de a poco aquellos genes anónimos comenzaron a causar estragos. Su conducta de dulce fue a gras pasando los años, sus malas contestaciones a la madre se tornaron pan de cada día, en la cena su puesto vacío y la puerta de calle siempre mal cerrada al llegar de madrugada dieron cuenta de su poco amor a casa. Y le preguntaba Oye loco, desde cuándo detestas tanto a esta familia? Si nosotros te amamos boludo, te pasa algo, alguien te hizo daño? Vamos, decíme!. Y él como si nada, guardaba silencio haciendo el absurdo de escuchar al viejo y como cierre de transmisiones le decía Y va!, no pasa nada viejo, me tengo que ir. Y se iba dejando la casa helada.  Drogas, líos con su sexualidad, alguna secta secreta a la cual pertenezca y le haya provocado tamaño cambio, qué más podríamos pensar si cada retorno suyo se tornó peor, cada una de sus explosiones significaban una pared quebrada, mamá llorando, vidrios rotos las 24 horas. La menor de nuestras hijas siempre fue motivo de su desagrado, la odiaba con todas sus fuerzas. Cada vez que la encontró sola por el pasillo aprovechó para golpearla o hacerle una de sus inagotables bromas con tintes sádicos. Ella lloraba. Luego le amenazaba con que si le decía a mamá o papá su vida correría peligro, todos sus amigos se enterarían de que ella aún se orinaba en la cama o le afeitaría la cabeza al dormir. Los años pasaron y no hubo colegio que no se quisiera deshacer rápidamente de él. Su agresividad, sus palabras como dardos infectos fueron a dar contra sus profesoras, sus compañeras  y el alumnado completo esperándolo a la salida para saldar las cuentas de su gran bocota. Al fin, rotando y rotando consiguió como trofeo máximo mundial aprobar su licencia y salir de la secundaria. Antes que todo, metió sus pilchas en un bolso, se la echó al hombro y se fue. Él nunca más llamó. Años después recibimos la noticia de que habría sido padre y sería feliz.

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