Esteban nació durante la madrugada del miércoles en una extraña ciudad llamada Serena. Exactamente una semana más tarde, su mamá salió de la casa para ir a comprar el pan de la mañana con los últimos vueltos del mes de abril. Ella iba feliz, radiante, algo en ella brilló más que en todos los días anteriores, eso lo sabía cualquiera que conociera a Isabel. Fue caminando, mientras los árboles se mecían como reverenciando sus pasos de medio tacón, cruzó la calle para dar con el almacén, tarareando una hermosa canción de cuna, cuando de pronto, un automóvil apareció de la nada y la lanzó lejos. En ese preciso momento en el que su voz se detuvo, antes que gritara por el impacto, se hizo el silencio de los milagros, un silencio de aplauso mudo. El chofer se bajó rapidísimo para ayudar a la accidentada, pero ella ya no estaba, un manto invisible la habría cubierto o jamás nada habría sucedido. Segundos más tarde al accidente mucha gente salió de sus casas para saber lo que había ocurrido, luego se volvieron a entrar como peces al mar, sin novedad. El cuerpo de Isabel nunca más volvió a aparecer en el mundo. Esteban mientras tanto seguía en su cuna, nada por su cabecita daría algún indicio sobre la extraña desaparición de su madre. Lo cierto es que nadie en toda la cuadra sintió llorar al lactante ni ése día, ni al siguiente, ni durante los años venideros. Muy extrañamente, nadie volvió a recordar la imagen de su madre, ese manto invisible también habría borrado los recuerdos que se tuviesen de ella, como si no hubiese existido jamás, como para que nadie hiciera preguntas. Isabel siempre quiso ser madre. Del padre nunca nada se supo.
Esteban creció en silencio, escuchaba a las estrellas de noche, conocía bien el estado de ánimo de los grillos del sector, amaba a la brisa que jugaba entre los árboles, el crujir de las hojas, reconocía los pasos del mundo. Su mirada era cristalina como el agua y el cielo juntos, mirarlo de frente era verse por completo, un asunto de almas. Nunca le faltó el alimento, no se le vio salir de ese lugar durante 17 años, ni emitir ningún sonido, fue invisible…Hasta que un día abrió la puerta de calle al ver por la ventana que un pequeño zorzal había caído de su nido. Tomó al polluelo entre sus manos cuando de pronto se sintió observado, cuando se puso de pie ya fue demasiado tarde, una muchacha de dulce voz le preguntaba: Y tu, de dónde eres? No te había visto por acá antes. Esteban no supo que responder, se puso rojo, le temblaba la garganta. Decidió extender sus brazos como ramas con el polluelo, en acción de entregárselo. Ella abrió sus manos y cuando el pajarito ya estaba ahí ella volvió a levantar la mirada y Esteban había desaparecido. Pasaron los días y por más vuelta que dio alrededor de esa casa a ninguna hora ni la sombra del joven se vio. Esteban durante un buen tiempo meditó sobre el rostro de aquella muchacha, recordaba el sonido de sus labios fabricando molde a las palabras, su voz más alta que la voz de la brisa entre los árboles, la expresión de su mirada al reconocerlo en la calle…La necesidad de volver a sentir su presencia de cerca echó raíces en el corazón hasta tener urgencia. Un buen día volvió a salir, su pasos fueron cediendo hasta el árbol de la esquina cuando ella apareció frente a él: Le conté a mi mamá que te había visto, me dice que tu nombre es Esteban, pero no cree que estés vivo, yo le aseguro que eres real, que en tu mirada se ve inteligencia y que si los ángeles existieran se parecerían a ti. Yo me llamo Sofía, mucho gusto. Él tirita y a la vez escucha los fuertes latidos de su corazón. Sin emitir palabra toma su mano y la lleva sobre su pecho, para que sienta como late. Ella sonríe bajo el sol y dice que sus corazones se parecen, que vienen de la misma galaxia. Esteban vuelve a tomar su mano, la acaricia, y ve como se mimetiza en su propia mano, son iguales. Caminan juntos durante horas, durante el camino nadie los ve, nada intercepta la ruta, Sofía aprende a amar ese silencio continuo. Durante los meses venideros todos los días a las 6pm se juntaron en el mismo árbol a contemplarse, y luego fueron presentándose pájaros al caminar, verlos hubiese sido un gran acontecimiento para cualquiera.
Los médicos de la familia ya habían hablado con los padres de Sofía, y en conjunto ya tomaban la decisión de desconectarla del respirador artificial luego 3 meses de estar en coma producto a una grave caída desde un árbol muy alto. Sofía abrió los ojos de pronto y encontró a su madre observándola. Mamá, dónde se fue Esteban? La madre no podía creer que su hija al fin hubiese despertado, era un milagro, apretó su mano, llorando de emoción, accionó el timbre para dar aviso a las enfermeras. Hija, ¿cómo te sientes? ¿Dónde está Esteban? ¿Qué Esteban?, no conoces a ningún Esteban, Sofía, debes haberlo soñado. Entonces Sofía se descompensó y comenzó a tener fuertes convulsiones, las enfermeras no llegaban y la madre tuvo que salir corriendo a buscarlas, cuando al volver, encontró la camilla vacía, el cuerpo de Sofía ya no estaba, desapareció, y en ningún registro del hospital está escrito su nombre.




